El lector y los castillos

A veces los libros se disfrazan. Dan la impresión de ser algo… y solo al acabar la lectura uno se da cuenta de que, en realidad, lo han estado engañando: con el punto y final se abre una nueva dimensión a su contenido, una nueva interpretación al texto que obliga al (sano) ejercicio de reiniciar lo leído. Es en esos casos cuando hay que cerrar el libro, tomarse unos minutos de reflexión y volver a abrir la página 1. No digo que sea necesario leerlo completo de nuevo, comas y acentos incluidos, pero sí hacer una lectura rápida en diagonal que muestre esas pistas que el autor ha ido dejando a lo largo de la obra, de las que el lector debería haber desconfiado, esas que revelaban que no era lo que parecía ser y que, sin embargo, han sido ignoradas o menospreciadas.

Esto mismo me ha sucedido con I Capture the Castle de Dodie Smith (edición decover Penguin en la serie ‘The Originals’, de bonita portada y colores). Mal traducido al español como Soñando el castillo, probablemente el título diga poco al lector hispánico medio; y si algo llama la atención de la escritora es que todos conocemos al menos una de sus obras, sin nunca haber visto su nombre escrito al lado, pues es la creadora del cuento que inspiró la célebre versión Disney de 101 dálmatas (y como todo lo Disney, parecer haber sido una historia hecha por el cadáver congelado de Walt, en lugar de una simple adaptación de su productora). No puede sorprender entonces que la narradora estuviera especializada en literatura infantil y juvenil (dije en alguna ocasión que ya me metería en los berenjenales de hablar de las etiquetas ‘infantil’ y ‘juvenil’, pero sigo posponiéndolo). Tampoco sorprende que I Capture the Castle sea considerada una novela para adolescentes (de ahí la portada y los colores).

En este sentido, estaríamos delante de un libro que podría encontrar hermanos en otros tal vez más conocidos por estos lares como Demian o Bonjour Tristesse. De hecho, me recordaba mucho a este último por la protagonista y por el hilo narrativo que yo creía principal en la novela: una chica joven, descubriendo el Amor, el primer beso, los primeros errores sentimentales, la primera rotura del corazón. Cassandra Mortmain es la niña-mujer, descrita como «consciously naive», conscientemente inocente, que decide narrar un fragmento de su excéntrica vida a guisa de diario personal con el fin de practicar la escritura rápida, casi como ejercicio escolar. Solo con estas pinceladas es lógico que yo recordara los ecos de la vieja lectura de Françoise Sagan. Que, además, me viniera a la mente Demian, con el trasfondo filosófico de Hesse, tampoco es de extrañar, pues si bien I Capture the Castle es más divertida que todas ellas, permean la novela interesantes reflexiones de la protagonista sobre las primeras experiencias vitales. Remito, por ejemplo, a los diálogos de Cassandra con el vicario del pueblo sobre la religión y la fe, que hacen a uno replantearse estas cuestiones incluso si cree tenerlas bien claras.

Hasta aquí todo lo esperable. La novela avanzaba a buen ritmo, mi atención estaba bien enganchada a las peripecias de la familia Mortmain en un viejo castillo medieval en plena década de 1930, viéndolos debatirse en la más absoluta miseria, pero llevada con una gracia y gallardía que daba que envidiar: un padre escritor de gran fama, en pleno bloqueo y por ello incapaz de mantener económicamente a la familia; una madrastra, modelo de pintores, nudista, naturista, espiritualista, práctica, histriónica; una hermana mayor bellísima (y punto); un hermano menor en la escuela; el hijo huérfano de una antigua criada; un gato; un perro… La escena del abrigo de piel de oso, confundido con un oso vivo, es, sin duda, maravillosa.

En ese ambiente, la súbita llegada de dos hermanos americanos -los Cotton, nuevos dueños del castillo y residentes en la casa señorial vecina- resulta el toque delirante que, evidentemente, desencadenará la acción. Y, cómo no, oliendo a Austen (a la que se cita en numerosas ocasiones, también a Brönte), los hermanos saldrán de su primera visita enamorados de los Mortmain… y de la segunda, asustados. Y su susto quedará para la posteridad cuando Cassandra, a escondidas, los escuche conversar sobre ellos, de forma no demasiado halagüeña. Un guiño a Orgullo y prejuicio como la copa de un pino.

La novela, pues, parecía esto: una simple historia de primeros amores, con algún punto introspectivo de interés y poco más. Hasta que, llegando al cierre, encaré el capítulo quince y, de pronto, el foco cambió: toma protagonismo James Mortmain, el padre, el escritor, el autor bloqueado desde hace años, creador de un poemario, Jacob Wrestling (Jacobo luchando o La lucha de Jacobo), que, al parecer, había sido rompedor e innovador para las letras anglosajonas y había permitido a muchos autores superar los moldes decimonónicos, pero que no conseguía tener sucesor. Viendo el título no puedo evitar pensar en Milton y su Paraíso Perdido (por ahí se apunta que es la lucha de un ángel…). Pero, ¿cabe ver en este Mortmain tal vez a un T. S. Eliot con su The Wasted Land (aunque yo crea insuperables Los cuatro cuartetos, sé que la crítica prefiere La tierra baldía)? En cualquier caso, Mortmain llevaba años sin salir de su bloqueo y es entonces cuando interviene Cassandra con su hermano Thomas y, en un giro esperpéntico, acaban ayudándolo a crear un nuevo poemario. Cobra protagonismo, pues, no solo el autor, sino el propio proceso creativo. Y aquí es donde aparece la carga subversiva de la novela, inesperada, sorpresiva, que torpedea al lector, hasta ese momento despistado. O, mejor decir, engañado.

Dodie Smith se embarca en la fase final de la novela en una serie de cuestiones de gran profundidad, todas ellas relacionadas con la escritura y que casi podrían decirse que son una teorización filológica de la autora sobre el arte y la poesía. Sobre la Literatura en mayúscula. Se introducen elementos de gran interés relacionados con el acto creativo: la violencia, la pérdida de libertad, el inconsciente, la locura, la memoria, el aislamiento, la incomunicación, la agresividad, el psicoanálisis. Smith no se detiene en ellos, simplemente los menciona. Pero queda la duda: para crear, ¿hace falta la misantropía? ¿Hace falta sacar el yo oculto, impulsivo, colérico, animal? ¿Ser un loco? ¿Experimentar la pérdida? ¿Sentirse forzado? Da pie a interesantes reflexiones, que se complementan con la única cuestión en la que sí le interesa a Smith profundizar: el hecho de si la Literatura ha de ser o no comprensible; y, si no lo es, ¿por qué no?

Y es entonces cuando el lector se da cuenta de que ha sido burlado a lo largo de toda la novela. Cuando Cassandra una y otra vez repite en su ‘diario’ que le gustaría ser mejor escritora para poder reflejar con sus palabras la belleza de un instante, de una emoción, el lector lo toma como una de esas afirmaciones vacías de significado, naífs, de una adolescente que escribe sus primeros textos, pero sabe reconocer que, a pesar del esfuerzo, no son buenos (¡¿quién no ha sentido lo mismo?!). Pero, no: son el camino que nos permite entender -y aceptar- por qué un autor escogería el enigma, la oscuridad para expresarse, el trobar clus de Raimbaut d’Aurenga. Cassandra no es una niña inocente: es «consciously naive». Que es como decir que tiene poco de inocente. No es capaz de expresar con palabras la Belleza del instante o del sentimiento porque las palabras no pueden hacerlo. No, al menos, las palabras en su significado literal, recto: se necesita la metáfora, el símbolo, que es lo que hace al texto oscuro. Sin embargo, es el único lenguaje que puede representar de verdad la realidad. Es la lección que pretenden enseñar en la carrera de Filología, pero en esta ocasión servido con una píldora tan dorada que nos coge desprevenidos y, al mismo tiempo, nos va preparando para engullirla alegremente llegados al final.

A veces los libros nos engañan, porque se disfrazan de lo que no son. Y cuando se descubre el rostro real que se esconde bajo el antifaz produce un cosquilleo de placer que induce a volver a empezar el juego, pero esta vez buscando las marcas que permiten intuir lo que está escondido. I Capture the Castle es una novela juvenil, dicen. Tal vez sería ya momento de replantear qué significa esta etiqueta a la luz de lo poco ‘juvenil’ y lo muy universal que es la lección final.

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