Las maneras de amar…

Parte de mi tiempo lo ocupo leyendo literatura juvenil. Es de-formación profesional: uno no puede dedicarse a la educación de adolescentes como profesor de Lengua Castellana si va a obviar la parte de ‘literatura’ que el cargo implica. Y el camino a la Literatura no se hace de la noche a la mañana: ha de construirse, baldosa a baldosa, con los años, ayudando a que lleguen a la L mayúscula (siempre que por Literatura no entendamos un canon cerrado, sino el acceso a las grandes obras clásicas que nos han aportado a nosotros mismos una nueva visión del mundo).

Algunos llegan ya con el hábito de lectura bien establecido y el salto es pequeño. Recuerdo a la alumna de 13 años que pidió a su madre que le comprase El túnel de Sábato, El extranjero de Camus y La náusea de Sartre porque, en una comprensión lectora que yo les había puesto en clase, les pregunté si creían que esas obras eran adecuadas para alguien de su edad. La idea era que buscaran un mínimo de información sobre los tres libros y reflexionáramos en gran grupo sobre la biografía del editor César Leo Marcus, quien afirmaba que pasó un verano de playa raptado por las tres obras, que le habían marcado de por vida. Mi sorpresa fue descomunal cuando, unas semanas más tarde, la alumna me preguntó si como lectura optativa del trimestre, para subir nota, podía leerse alguno de los tres. Y lo leyó. No importa lo que entendiera ni si le marcó como a Marcus. Eso probablemente venga después. Basta decir que aquel día casi toqué el Paraíso de cualquier profesor de Lengua.

Otros no lo pasan tan bien acostumbrando el cerebro a la lectura. Y necesitan pequeñas dosis de peso para adaptarse y aprender a disfrutar de lo que tal vez en casa no le han enseñado a disfrutar. Siempre les pongo el ejemplo de quien quiere un cuerpo fibrado: para lograrlo se necesita entrenamiento. El cerebro también. En esos casos los profesores somos indispensables porque la responsabilidad de escoger las mejores lecturas, las que animen -y no desanimen- a volver a coger otro libro cuando se acabe el que se tiene entre manos, recae sobre nosotros. A veces nos sale bien, otras no. En todo caso, el nicho de la llamada ‘literatura juvenil’ es un buen lugar de buceo para encontrar esas baldosas amarillas que llevarán al País de la Literatura.

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Llibreria Aqualata, Igualada, sección Literatura Juvenil (a partir de 12 años)

 

No voy a adentrarme en qué se entiende por ‘literatura juvenil’ (tal vez otro día…) ni si en el concepto hay que incluir a clásicos como Verne, Stevenson, London. Desde mi perspectiva estos clásicos, aunque sean considerados juveniles, también necesitan un trabajo previo si no existe el hábito de leer. Hablemos en términos de publicaciones más recientes, como lo hacen las editoriales y las librerías, aplicando lo que ambas entienden por la etiqueta; y también los propios profesores, que en sus listas de lecturas trimestrales de la Educación Secundaria en España tienen como ‘clásicos’ a Carlos Ruiz Zafón, Susan E. Hinton, Michael Ende, Joan Manuel Gisbert, Ana Alcolea, Laura Gallego, Fernando Lalana…

En este sentido, hace poco cayó en mis manos uno desconocido de Jordi Sierra i Fabra, autor clásico entre los clásicos de la E.S.O., titulado 97 formas de decir ‘te quiero’, publicado por primera vez en la editorial Bruño en 2001. Lo que no acabo de entender es cómo continuaba siendo desconocido para el Departamento de profesores de Castellano, viendo el terrible éxito que parece cosechar -y claramente seguirá cosechando-.

Se trata de un libro de trama detectivesca. Hasta aquí ninguna novedad en el panorama actual juvenil, en el que predomina sin duda alguna la novela negra. Pensemos en La tuneladora y  en los restantes del detective Escartín, pero también en thrillers menos policíacos, igualmente marcados por el supense, como El retrato de Carlota Los espejos venecianos. Y a veces uno se cansa de tanto caso por investigar y de tanto Sherlock Holmes aficionado, que no llega ni a la altura de la bota del zapato de su adlátere, el Dr Watson (redimo a Escartín por el humor). Tal vez por eso el hecho de que en esta obra de Sierra i Fabra la investigación venga revestida de novela rosa es un plus que se agradece.9788421641101

Como indica implícitamente el título, es una historia de amor. Se abre in medias res. Un chico de 19 años, Cristóbal, se sienta en el banco de un parque, relajado escuchando los ruidos típicos de las escenas familiares que se producen a su alrededor. Al poco tiempo, sin embargo, una joven, Daniela, se acerca a él y le pregunta si la reconoce. Con esa excusa y después de que él niegue conocerla, ella se embarca en una extraña narración acerca de que, en otra vida, ellos dos eran pareja, Andrés Bussons y Ángela Marsans. Pero debido a la enfermedad de él, se vieron cruelmente separados y acordaron encontrarse en las siguientes reencarnaciones en ese mismo banco del parque. Probablemente Cristóbal esté viviendo el sueño erótico de la mayoría de chicos adolescentes; y la mirada perdida, agónica, conmovedora que le dirige Daniela solo genera mayor empatía. Nada como personajes al límite de la exacerbación emocional para que el lector más novato quede enganchado a ellos.

Como indica el título, es una historia de amor.

Este sentimentalismo viene incrementado por el hecho de que respiramos la historia únicamente a través de Cristóbal, quien la cuenta en primera persona como narrador-protagonista. Comparte constantemente con nosotros sus pensamientos, pero no sabe cuáles son los de los demás personajes a su alrededor. Este tipo de narrador interno adopta un evidente punto de vista subjetivo sobre la realidad y está muy limitado a la hora de interpretar de forma absoluta o imparcial  los pensamientos y las acciones de los restantes personajes de la narración, de los que solo sabe lo que puede deducir (o lo que ellos deciden compartir). Eso colabora en crear una sensación de suspense que intensifica los enigmas de la trama argumental, especialmente el misterio que rodea a Daniela y la historia que esta le cuenta. ¿Es la historia verídica? ¿Es posible que sea un caso de reencarnación, real y comprobable? ¿Es una historia de amor para los siglos de los siglos, amén, de esas que van más allá de la muerte, como quiere todo el ideario romántico posdecimonónico?

Si la historia de Daniela es verdad o mentira queda para el lector. Pero en cualquier caso, está íntimamente relacionada con la voz narrativa. El uso de la técnica del narrador-protagonista solo se rompe en el capítulo final. Para entonces la historia habrá dado tal vuelco, fruto de la investigación de Cristóbal en busca de la verdad, y será tal la carga de emociones de los personajes, que poco nos daremos cuenta del cambio. Pero el narrador interno pasa a ser uno omnisciente que se detiene en un personaje muy secundario, la madre de Andrés Bussons, el amante malhadado. Y es en este capítulo, con el revelador título de «La incógnita final», donde de nuevo la trama hará un nuevo giro copernicano y nos encontraremos en el punto de partida. Si para Daniela eran los ojos de Cristóbal los que le revelaban todo su pasado de amor a lo Romeo y Julieta, para la Sra. Bussons también serán los ojos el centro de atención, ojos que le recuerdan extrañamente a los de su hijo difunto. Confiesa a su asistenta que se quedó bloqueada cuando vio a Cristóbal porque algo en él le evocaba a Andrés: «Eran… sus ojos, su mirada, algo que trascendía más allá» (pág. 171). Un evidente paralelo final con el comentario arrobado, fuera de lugar, que protagoniza Daniela al comienzo: «Se sentaron juntos, en la misma posición que la primera vez, y se miraron sin el menor rubor, de forma directa y fija. -Tus ojos… -murmuró Daniela» (pág. 97). En los ojos que miran, pues, está la clave: en la mirada de Cristóbal.

Es una novela fácil de leer, no nos engañemos. Tal vez demasiado facilona, pues el cebo trágico es, en ocasiones, muy obvio para un lector vezado. Pero, ¿y para uno novel? ¿Para uno adolescente? Entonces es una novela muy recomendable, especialmente en la franja de los 13-14 años. Los dos vuelcos de la trama argumental están bien recreados y no resultan forzados. Los picos de tensión se sostienen. El personaje de Santiago, íntimo amigo de protagonista, incluso sus propios padres y hermana, ofrecen un buen contrapunto al más crédulo, en ocasiones cartón-piedra de Cristóbal. Y, además, está toda la lección en inteligencia emocional: ¿qué es Amor? «¿Cuántas maneras había de besar? ¿Y cuántas de amar?» (pág. 103). La respuesta es un número primo sacado de un poemario, con todo el trasfondo metafísico que llevan detrás los primos y la poesía: noventa y siete maneras.

FICHA TÉCNICA:
Jordi SIERRA I FABRA, 97 formas de decir ‘te quiero’, Bruño, Madrid, 2016 (colección Paralelo Cero, nº 33), 171 págs. [2001; 19ª edición].

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