A veces la vida tiene una particular forma de colocarte contra las cuerdas y, atrapado en ellas, golpearte una y otra vez hasta que dejas de ver el mundo como creías que era. Embrollada en semejante red he pasado los últimos meses. Cual marinero boqueando en plena tormenta, una tabla de madera podría significar mi salvación, de manera que a todas me he agarrado desesperadamente.
Una ha sido la lectura. No voy a entrar en el manido discursito de cómo un buen libro puede prestar auxilio en un momento así, porque cualquier lector que se precie no solo lo sabe: es que lo ha vivido en carnes propias. Resultaría, pues, de Perogrullo. El foco me gustaría ponerlo en cómo los demás, que tal vez no siempre son lectores como tú, de pronto creen estar descubriéndote América cuando te recomiendan tal o cual título para salvarte de la aflicción. Es curioso: los buenos lectores no suelen recomendarte libros para ocasiones similares. Para degustarlos, sí; para repudiarlos, también. Pero no para salvarte. Porque si algo enseña la experiencia lectora es que un libro puede salvarme a mí, pero probablemente solo sea a mí. O yo creo que solo es a mí. El proceso es tan personal, íntimo, que no se suele compartir.
Los buenos lectores no recomiendan libros para salvarte.
Por eso resultó toda una vivencia novedosa la primera -y última- visita a la psiconcóloga. De todas las recomendaciones, solo una cuajó, tal vez porque el formato de la recomendación me sorprendió: debía leer Un monstruo viene a verme. En realidad, empezó diciendo que debía ver la película… y a los pocos segundos se desdijo y añadió que podía leer el libro. Con esa rectificación creí que ya me había calado.
Como largometraje yo sabía de su existencia, pero no como novela. Así que de aquella charla de hora y media salí directamente a la librería. Como se trataba de un título de relativa actualidad -la película de J. A. Bayona fue estrenada en el 2016 y al poco tiempo obtuvo una ristra de premios, entre otros, nueve Goya-, ahí estaba la flamante impresión rústica de Nube de Tinta, en Penguin Random House.
De hecho, el libro original no es veterano: bajo el nombre de A Monster Calls, fue publicado por Patrick Ness en 2011. En un arranque de sinceridad poco habitual, añade bajo su propio nombre: “A partir de una idea original de SIOBHAN DOWD”. Que un autor reconozca públicamente que usa de otro -ya difunto- el inicio, los personajes y el esbozo de una trama (o como quieran traducir del inglés ‘premise’, pero que no sea ‘premisa’ como en esta edición) es un gesto que le honra. Y más que añada dos páginas iniciales con la debida explicación: rinde homenaje enfático a la escritora de literatura juvenil angloirlandesa y anima a leer las novelas suyas verdaderas. Él solo pretende “escribir un libro que a mi parecer a Siobhan le habría gustado”, sin intentar imitar su voz. Descubrir un editor en común aclara por qué el escritor se embarca en tamaña tarea de ser-pero-no-ser la autora original.
Tal vez debería haberme informado antes de quién era Dowd. O Ness. Pero, como venía recomendado, con el objetivo de ayudar a mi salvación, no se me ocurrió. Abrí el libro y lo leí en un par de noches. Debo decir que no: la ‘Nota de los autores’ del comienzo no me puso en guardia. No, las reseñas de la película en la alfombra roja tampoco. El resultado ha sido un chasco.
El protagonista pasa por unas circunstancias vitales complejas: padres divorciados, progenitor olvidadizo al otro lado del Atlántico, abuela materna moderna (demasiado carácter y vida propia para identificarla con la imagen que tenemos de nuestras abuelas) y madre crónicamente enferma. Sumémosle un entorno escolar agresivamente en contra, una tendencia natural a la soledad y una amiga que va y viene (como tantas otras) y el resultado es un Conor que ha de enfrentarse a los golpes y porrazos de la vida; como yo, atrapado en una red, de araña o de pescado, da igual, pero red tan gruesa que apenas lo deja respirar. La diferencia: que Conor es un adolescente en pleno proceso de maduración y yo una cuasicuadragenaria hipermadurada. Hace treinta años el libro me hubiera abierto las aguas y, sin duda alguna, me hubiera salvado. Hoy me lleva a plantearme qué narices debía de estar pensando la psicóloga cuando me recomendó este título. Y entonces concluyo: no, no me había calado en absoluto. Los buenos lectores no te dan libros para salvarte.
Es posible que Un monstruo viene a verme explique los sentimientos de rabia, furia, frustración, tristeza, miedo (pánico) que nos invaden cuando un familiar está enfermo. Especialmente si es tu madre. Pero cuando ya perdiste un hermano justo llegando a la edad del protagonista, las explicaciones de la novela se quedan cortas. Sabes cómo lidiar con cada una de esas emociones: el problema es el hastío interno a hacerlo de nuevo. Un Conor de quince o dieciséis años no sirve como Caronte en este río turbio.
La novela es un Bildungsroman.
Ahora bien, intentemos analizar la novela desde las perspectiva de lo que pretendía ser y no de lo que yo creía que era (ya van varios libros que me burlan, ¡estoy en racha!). Ness deja claro que se trata de literatura juvenil. La biografía de Dowd también. Leído el libro, queda confirmado: es, sin duda alguna, un Bildungsroman. Entonces la metáfora de un niño que recibe la visita de un gigantesco tejo, que llega para contarle tres historias de las que tiene que entresacar la lección moral, cobra una dimensión sorprendente: es una idea buena. Seriamente buena. En particular porque la primera conclusión a la que llega el lector -que se trata de un árbol irreal- no es posible, pues tras las visitas quedan restos evidentes de la presencia de este Ent. ¿Qué simboliza el tejo? La novela da las suficientes pistas como para que, además, nos convirtamos en treehuggers, abrazadores de árboles.
Luego podemos analizar las tres fábulas que relata el tejo, a las que Conor debe responder al final con su propia historia, en un intercambio de sabor primigenio. Los relatos pretenden explicar por qué el árbol arrancó a andar; la cuarta aclara la razón de hacerlo para el protagonista. Siguen la estructura habitual de las narraciones didácticas. Pero si nos paramos a reflexionar seriamente sobre ellas, nos sentiremos público burlado, pues no hay moraleja alguna. O, mejor dicho, sí la hay, pero tan contraria a toda lección conocida, que nos cuesta -como a Conor- aceptarla: la vida no es buena ni mala, justa ni injusta. Solo es. En palabras del tejo, “Las historias son lo más salvaje de todo […] persiguen y muerden y cazan” (pág. 46). Perseguidos, mordidos y cazados quedamos con unas historias que no pretenden otra cosa que recordarnos tamaña verdad.
Que la realidad sencillamente es, lo sabemos bien los adultos. Pero, como seres humanos incoherentes que somos, esos mismos que se golpean con la misma piedra en el mismo dedo del pie, nos olvidamos de ello. Durante muchos años quise creer que existía un Bien y un Mal, y un Equilibrio entre ambos. Así que sí hubiera agradecido la novela de Ness-Dowd en mi adolescencia: me hubiera ayudado a comprender que vivir es una lotería, y las más de las veces el número ganador se corresponde con el que tiene el de al lado, no con el propio.
Por eso, con todos los riesgos que una lectura de tal naturaleza implicaría en un centro de Secundaria, creo que Un monstruo viene a verme ha de figurar en los listados de obligatorias o recomendadas. La originalidad de la trama, el tratamiento de las emociones y, sobre todo, la estética fílmica de las imágenes y de la acción la hacen muy recomendable para un público menor. Para el mayor… Señores, háganme caso: la vida les colocará delante el libro que les salve sin que haya recomendación de por medio. Si la hay, desconfíen y cojan el ejemplar del costado: tiene más posibilidades de ser el correcto.
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